5 de noviembre de 2007

GUARDA GITANO



El curioso anuncio que ilustra esta entrada lo he encontrado en una obra de la calle Antonio López de Madrid en mi último viaje a la capital. Ante el temor de no ser creído, por lo insólito del caso, he decidido dejar constancia gráfica del mismo aún a riesgo de parecer un paleto provinciano a ojos de los lugareños que me vieran tomando fotos de una vulgar obra. Porque además, hechas las oportunas averiguaciones, parece habitual que este cartel se vea en muchos tajos de la ciudad.

Y sí, habéis leído bien. El cartel, de confección rudimentaria y aspecto más que cutre, advierte al lector de que la obra está guardada por una persona de etnia gitana. O mejor, para apearnos desde ya de este lenguaje melindroso y políticamente correcto y emular la contundencia del mensaje encartelado, por un gitano. Es como si, salvando las distancias, se anunciara: Hay perro… Pitbull

Una vez repuestos de la primera impresión tratemos de racionalizar el asunto. Parece claro que la intención es la de calificar (y cualificar) al guarda con un plus de fiereza que disuada a los posibles asaltantes más de lo que lo haría la simple presencia de un guarda, sin más. La apelación a la raza es lo que hace chirriar nuestros esquemas de gente progresista, integradora y contraria a la segregación de grupos sociales por razón de su sexo, edad, raza o religión y bla, bla, bla… Pero si vamos un poco más allá en el análisis veremos que el cartel ha sido colocado en esos términos si no por iniciativa sí con la benevolencia del guarda gitano. Y de ello se deduce que lo que para nosotros es una intolerable muestra de discriminación por la raza para el afectado representa posiblemente una ventaja a la hora de ser contratado y lo que para nosotros perpetúa el estereotipo y la marginalidad a él le ayuda en su trabajo al servirle de arma preventiva ante posibles ataques. ¿No está utilizando acaso el mismo recurso que las grandes compañías de seguridad que anuncian con carácter disuasorio cámaras inteligentes, conexiones a la policía etc…? Sólo que ante la carencia de esta panoplia tecnológica nuestro segurata utiliza lo que tiene más a mano, o sea el tópico del gitano como tipo farruco y atrevido cuando no violento y sanguinario. Tópico que por cierto ha contribuido a establecer con sus Antoñitos Camborios y sus reyertas a la luz de la luna ese icono de la izquierda ética y estética que fue García Lorca.

Y este caso anecdótico, folclórico y propio de la España profunda me lleva a considerar con cuanta facilidad los miembros de la sociedad biempensante nos escandalizamos ante hechos que se quedan en la paja del problema y no ante el grano y meollo de la cuestión. Y cómo agitamos en ciertos colectivos agravios y fantasmas que sólo lo son desde nuestra óptica sin tener en cuenta la realidad más prosaica y acuciante en que se mueven en el día a día. Como aquella polémica de hace unos meses en que una persona de baja estatura (un enano, vamos) reprochaba amargamente a un biempensante (tertuliano para más INRI) que había perdido trabajos como actor desde que el citado adalid de la igualdad había iniciado una cruzada contra la utilización de enanos en ciertos programas que supuestamente explotaban su imagen de forma denigrante. Cuando según el actor lo verdaderamente denigrante es no poder ejercer tu profesión para ganarte la vida como cualquier persona. Como debe pensar nuestro aguerrido guarda gitano, al que poco importa nuestra verborrea de igualdad y fraternidad si consigue un trabajo digno con el que sostener a los suyos.

El rechazo social a los diferentes, en un caso por su imagen personal y en otro por su origen étnico, es lo que nos debería escandalizar y no que los afectados puedan aprovechar esta diferencia para sobrevivir en un mundo hipócrita, hostil y poco tolerante.


2 de noviembre de 2007

EL JUNTAPALABRAS y IX

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOID EL NEGRO


Desde allí la posada parecía estar tranquila. Los sicarios deberían estar esperando noticias del escocés, al que aún suponían embaucándole a él. Se acercó con precaución a la puerta de entrada y al franquearla vio la misma escena de antes con los mismos personajes. Se confió al ver que no faltaba ninguno de los supuestos sayones y avanzó hacia el interior. En ese momento un silletazo en la espalda le hizo caer. Desde el suelo, aún aturdido, vio avanzar hacía sí cuatro pares de botas amenazantes. Quiso echar mano del pistolete que llevaba a la cintura pero el pie del que estaba detrás le aplastó la mano sobre la tarima. Cuando ya se creía perdido entrevió otros dos pares de botas muy grandes que corrían detrás de las que iban a finiquitarlo. “Por fin aparecen”, pensó. Antes de lo que se tarda en decirlo los Cara de Plata habían dado cuenta de dos de los sicarios hundiendo sus facas en sus costillas y se enfrentaban a los otros dos en una reyerta a espada. Aprovechando la sorpresa, Floyd había empuñado con su mano libre el estilete de Masteroy y lo había clavado en la pierna que le sujetaba. Al liberarse de ella, rodó sobre sí mismo y se incorporó sacando al tiempo su espada. El sicario herido aún trataba de sacarse el estilete cuando Floyd le abrió la cabeza de una tajadura certera. Pete y Garfield tenían arrinconados a los otros dos sayones. Cuando el Negro llegó en su ayuda ya uno de ellos yacía en el suelo con un profundo tajo en el vientre y las tripas fuera. El otro, viéndose perdido, saltó por una de las ventanas y salió al exterior. Floyd lo siguió mientras los Cara de Plata corrían hacia la puerta para darle alcance. Ya en el centro de la explanada los tres consiguieron acorralar al rufián que, aterrorizado, soltó la espada y se arrodilló ante ellos esperando el fin. Floyd se percató del bolsín que colgaba de su cuello y se lo arrancó. Al abrirlo encontró el dedo del pobre Mano de Sable y ceñido a él el anillo que Doña Teresita le había entregado y que había hecho correr tanta sangre. Después de tanta acción Floyd había quedado exhausto en el cuerpo y en el alma pero aún quería saber algo más. Apoyó su espada en el cuello del sayón rendido y le gritó:

- Decid canalla, si queréis salvar la vida, quién os manda y cuáles eran las disposiciones.

El pobre sicario creyó ver un rayo de esperanza y dijo atropelladamente:

- Don Lope Tejada es el que nos manda para saldar el litigio que tiene con vos. Vuestra cabeza, con el anillo en la boca, debía ser presentada en la portería del convento de las Beatillas.

Al oír esto Floyd sintió una punzada de dolor al imaginar a su amada recibiendo el macabro presente. Se repuso y preguntó:

- ¿Qué sabéis de Doña Teresita? ¿Cómo queda?

- En lo que me alcanza sigue en el convento y se dice en Sevilla que no se ha visto novicia más hermosa ni más doliente que ella- respondió el sayón, que continuó animado por las confidencias- Yo soy como vos, señor, un soldado de fortuna que pone su espada al servicio del mejor postor. Si tenéis a bien dejarme con vida tendréis en mí un brazo leal y un deudor eterno.

Floyd, al recordar su propia historia de mercenario, pensó en el acertado parangón del sicario. Estaba cansado de la lucha, de la violencia y de la muerte que le habían acompañado siempre. Apartó la espada del gaznate del sayón y cuando parecía que se iba a volver giró sobre sí y lanzó un tajo furioso que decapitó al pobre infeliz haciendo rodar su cabeza por el suelo mojado de la explanada. Se diría que con este último golpe había querido acabar con toda su historia, romper con su pasado. Pete y Garfield, los únicos camaradas que habían sido fieles al pacto establecido, le miraban sorprendidos.

- Por Dios que habéis apurado vuestra ayuda, que ya pensé que también vosotros me habíais traicionado. Pero sea dado por bueno lo que bien termina aunque yo aún tengo que hacer una diligencia. Esperadme en la cantina y abrid una botella del mejor ron del posadero.

Floyd se encaminó al risco más alto que rodeaba al antiguo faro. Caminaba abatido por la sarracina vivida y por el peso de su propia conciencia. Sentía que toda su existencia había sido una singladura sin rumbo y que cuando por fin había encontrado un horizonte claro este se le hacía inalcanzable. Quería soltar las amarras a un sueño imposible. Quería viajar ligero el resto de la travesía. Cuando llegó a lo alto del peñón se sacó el anillo, lo miró con devoción por última vez y lo lanzó con todas sus fuerzas a las embravecidas aguas del océano.