14 de septiembre de 2007

EL JUNTAPALABRAS II

AVENTURAS, VENTURAS Y DESVENTURAS DE FLOYD, EL NEGRO


Unos golpecitos en la espalda lo sacaron bruscamente de sus recuerdos. Al volverse vio ante sí, risueños como siempre, a los hermanos Pete y Garfield Cara de Plata.

- ¡Ah, bribones!- exclamó- ¿De dónde salís vosotros? Hace años que no os veía. Os hacía ya colgando de alguna cuerda del virrey.

- No tiene cuerda el virrey para atarnos y menos para echárnosla al cuello- dijo entre risas Pete.

- Hemos estado en las Indias, con Silver el Cojo. Allí el agua huele a mandarina y las mujeres a lavanda. Pero el ron sabe a rayos y hemos decidido volver. ¿Y tú? No te veíamos desde la chapuza aquella de Lisboa, ¿recuerdas? con los hombres del rey corriendo como perros de presa detrás de nosotros por una bella damita que tú habías enamorado.

El que hablaba era Garfield el hermano gemelo de Pete. Los llamaban Cara de Plata porque tenían los dos el lado derecho de la cara de un color plateado por las quemaduras que les había causado un arcabuzazo a quemarropa en un asalto a un buque inglés. Siempre iban juntos a todas partes, eran inseparables. Los dos, altos y fornidos como castillos, eran el terror de las mujeres de mala vida de los puertos, a las que, cómo no, se llevaban siempre a pares, dos, cuatro, seis... Tenían sembrada de Caritas de Plata toda la costa caribeña y seguramente las Indias Orientales, por lo que acaba de oír el Negro. Este continuó:

- Sí, y también recuerdo los toneles de buen vino de Porto que hicisteis rodar para quitarnos aquella chusma de los talones. No nos echaron mano pero se debieron coger una buena cogorza a nuestra costa.

- Como la que vamos a coger nosotros ahora mismo para celebrar este encuentro, ¿verdad?- exclamó Pete.
El Negro sabía bien que aquella noche acabarían los tres en alguna taberna del puerto trasegando pintas de ron entre risas y bravatas. Si el final era entre los brazos de alguna exuberante caribeña o tirados en el puerto tras una pelea de burdel dependería del humor de los hermanos Cara de Plata. De todas formas aquel encuentro casual le había dado a Floyd una idea que no dejaría de rondarle en toda la noche.

A la mañana siguiente ninguno de los tres recordaba apenas nada de lo sucedido. Se despertaron en un maloliente callejón rodeados de la basura de una cantina cercana. Tenían todas sus armas y los calzones puestos por lo que supusieron que nada malo les había ocurrido. Pete y Garfield dijeron que iban a desayunar, lo que en ellos significaba que iban a acabar con el ron que aún quedara en la bodega. El Negro se despidió de ellos hasta la noche y se lanzó en busca del mejor armero del puerto. Quería estar preparado para su cita en donde se juntan los dos mundos. Conocía bien aquel lugar y sabía que allí era fácil tenderle una emboscada y que sus “amigos” no le dejarían su tesoro en un paquete con cintas y flores. De camino a la armería retomó el hilo de sus recuerdos...

- Esa mujer es mía- había tronado cuando vio al viejo Smity arrastrar a la doncella española al camarote del capitán.
Un silencio expectante se adueñó de la escena porque todos sabían lo que significaban aquellas palabras. En el código de honor pirata la disputa por una mujer en alta mar sólo se podía resolver en una lucha a muerte y el viejo Smity no parecía dispuesto a renunciar a la dama sin pelear. No era nada personal entre ellos pero se matarían por una mujer a la que apenas conocían.

Subieron a cubierta y rodeados por el hampa pirata que les jaleaba iniciaron la reyerta a machete. El viejo Smity utilizaba su garfio de plata para parar los golpes de Floyd y este se arrolló una gruesa maroma al brazo izquierdo para protegerse. Los dos eran bravos y expertos en la lucha cuerpo a cuerpo por lo que esta se alargaba entre el griterío de la chusma. Smity, en un finta perfecta, había hecho un ojal en el pecho desnudo de Floyd por el que le manaba la sangre hasta la cintura. Este supo que no podría aguantar mucho más con aquella herida y se lanzó en un desesperado ataque de frente pero tropezó en el último instante y gracias a eso el machete del viejo Smity sólo pasó rozándole el cuello. Desde el suelo Floyd no tuvo más que hundir la hoja de acero en el pecho de Smity cuando este caía sobre él. El aullido de la canalla pirata acompañó el desenlace jaleando al Negro. Pero este sabía que el bramido habría sido el mismo de haber sido Smity el vencedor.

Ahora recordaba sus ojos en blanco y el sabor acre de la sangre que le escupió en su último estertor. No era mal tipo el viejo Smity, con el que había compartido tantas peripecias. Su único error fue haber encontrado a la “zorrita española” antes que él. Mientras sus antiguos camaradas se repartían sus pertenencias, se peleaban por el garfio de plata y se pagaban las apuestas que habían cruzado Floyd bajaba cabizbajo y dolorido a la sentina para recoger su trofeo...

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